Georgia O’Keeffe

Un viaje interior expresado a través de la pintura.

La gran popularidad y relevante posición de Georgia O’Keeffe en el arte americano no se debe solo a su obra pictórica, sino también a su singular personalidad; organizó su legendaria vida de forma muy personal, instalándose en el desierto de Nuevo México. Su carrera artística se extiende durante más de medio siglo, entre el temprano modernismo americano y las tendencias abstractas de los años cincuenta y sesenta. Sus obras, caracterizadas por una expresiva fuerza cromática, han empezado, desde hace algún tiempo, a conquistar también el continente europeo. Los motivos de sus cuadros, flores sobredimensionadas, así como paisajes del suroeste americano, reflejan su profunda vinculación con la naturaleza. Artista intuitiva, intensamente subjetiva, cuya obra abstracta, aunque fuertemente vinculada al simbolismo, está muy influida por la fotografía de Stieglitz.

Georgia O'Keeffe, Lucero vespertino n. VI (Evening Star No. VI), 1917, Colección privada.
Lucero vespertino n. VI (Evening Star No. VI), 1917, Colección privada.

Georgia O’Keeffe, nacida en 1887 en Sun Prairie – Wisconsin, a la edad de doce años ya ha decidido que quiere ser artista. En 1905 O’Keeffe se inscribe en el Art Institute de Chicago y, dos años después, en la Art Students League de Nueva York, donde las clases se basan en el historicismo de tradición europea y la copia al estilo de los maestros antiguos. El único contrapeso al clima artístico neoyorquino, marcado por el conservadurismo, es la pequeña galería del fotógrafo Alfred Stieglitz conocida como Galería 291, por el número del portal en la Fifth Avenue de Nueva York. En 1912 es alumna de Arthur B. Dow con quien estudia dos semestres en Nueva York y se dedica intensamente al estudio del libro de Kandinsky De lo espiritual en el arte. La postura de O’Keeffe hacia la pintura se verá influida de forma duradera por la idea básica de Kandinsky de que los colores y las formas ya no deben someterse al modelo de la naturaleza sino a los sentimientos, al «mundo interior» del artista. Al mismo tiempo llaman su atención los trabajos a pastel de carácter orgánico de su contemporáneo Arthur Dove (quien forma parte del círculo de artistas de Stieglitz), quien también investiga las formas de expresión abstracta dentro de la pintura. Incitada por estos nuevos principios artísticos y mientras enseña en el Columbia College de Carolina del Sur, O’Keeffe empieza a trazar en el otoño de 1915, su propio camino como artista. En 1916, a través de una compañera del Teachers College, a la que O’Keeffe envía los dibujos a Nueva York (dibujos a los que la artista llamará más tarde Specials), caen algunos de ellos en manos de Alfred Stieglitz quien, profundamente impresionado, los describe como «los más puros, bellos y sinceros trabajos que han llegado a la 291, desde hace tiempo».

Georgia O'Keeffe, Spécial N° 32, 1915, Washington, Smithsonian American Art Museum.
Spécial N° 32, 1915, Washington, Smithsonian American Art Museum.

«El pintor abstracto no recibe sus estímulos de un fragmento cualquiera de la naturaleza, sino de la naturaleza en su totalidad, de sus múltiples manifestaciones que se van sumando en la memoria del pintor y conducen a la creación de la obra.» Georgia O’Keeffe.

Retrato de Georgia O’Keeffe, 1918, Alfred Stieglitz, Chicago, The Art Institute.
Retrato de Georgia O’Keeffe, 1918, Alfred Stieglitz, Chicago, The Art Institute.

En algunos de los lienzos que pinta en 1919 vuelve a retomar las ideas de su profesor Dow, quien considera la capacidad abstracta de la música como modelo para todo arte no figurativo. Además, O’Keeffe acoge entusiasmada las abstracciones cromáticas de intensos colores del pintor sincromista Stanton MacDonald Wright. La respuesta de O’Keeffe a la música son sinfonías en rosa y azul o en azul y verde (Música – rosa y azul II). En estas obras se conjugan tonos, cuidadosamente combinados, con matices intensificados hasta alcanzar su mayor expresividad, como si de esta forma se quisiera expresar todo el espectro de emociones, de «resonancias interiores», que produce la música.

Georgia O'Keeffe, Música - rosa y azul II (Pink and Blue II), 1919, Nueva York, Whitney Museum of American Art.
Música – rosa y azul II (Pink and Blue II), 1919, Nueva York, Whitney Museum of American Art.

Entre pintura y fotografía.

Con motivo de la exposición individual que Stieglitz le organiza en 1917, O’Keeffe se traslada a Nueva York, donde Stieglitz fotografiará por primera vez a la pintora delante de sus cuadros. El apoyo de Stieglitz proporciona a la pintora el valor necesario para abandonar su tarea docente y dedicarse exclusivamente a la pintura. Al año siguiente, con treinta y dos años, decide convivir con el más maduro Stieglitz con el que se casará en 1924; nació entre ellos una relación estimulante, de confrontación e intercambio entre pintura y fotografía. O’Keeffe incorpora a su arte elementos de la visión fotográfica: el examen de detalles aumentados por el objetivo revela insospechadas potencialidades formales de los objetos, que la artista expande audazmente hasta el límite extremo de la tela. Adoptando el procedimiento fotográfico, la artista indaga en la íntima belleza de la naturaleza: las múltiples variaciones sobre el tema de la rosa llevan, a través de una progresiva simplificación, a una composición líricamente abstracta.

Georgia O'Keeffe, Abstracción-Rosa blanca (Abstraction White Rose), 1927, Santa Fe, Georgia O’Keeffe Museum.
Abstracción-Rosa blanca (Abstraction White Rose), 1927, Santa Fe, Georgia O’Keeffe Museum.

Los artistas del círculo de Stieglitz (Marsden Hartley, Arthur G. Dove, Charles Demuth, John Marin y el fotógrafo Paul Strand) se reúnen a menudo en los meses de verano en el Lake George en las Adirondack Mountains, donde la familia de Stieglitz posee una gran casa de campo a orillas del lago. Aquí es donde a partir de 1918 Stieglitz y O’Keeffe pasarán regularmente sus veranos y donde la pintora ejecutará una gran parte de sus cuadros. La pintora, que consiguió convertir una cabaña destartalada, «The Shanty», en un estudio, y el fotógrafo comparten las fuentes de inspiración que encuentran en los alrededores: el lago, el cielo y las nubes, las colinas en rededor, la granja y los graneros.

Georgia O'Keeffe, Mi cabaña, Lake George (My Shanty, Lake George), 1922, Washington, The Philipps Collection.
Mi cabaña, Lake George (My Shanty, Lake George), 1922, Washington, The Philipps Collection.
Georgia O'Keeffe, Lago George, Otoño (Lake George, Autumn), 1922, Colección privada.
Lago George, Otoño (Lake George, Autumn), 1922, Colección privada.

Solo entre 1918 y 1932 O’Keeffe pinta más de 200 cuadros de flores en donde las simples flores de jardín como la rosa, la petunia, la amapola, la camelia, el girasol y la bignonia ocupan la misma posición que otras más raras como la exótica orquídea. Entre las flores que pintará repetidamente en gran formato destaca el lirio de agua, o cala, que se convertirá para el público en una especie de emblema para la pintora. Una o dos flores cubren la mayoría de las veces la totalidad de la tela como es el caso en Dos lirios de agua sobre rosa que constituye un ejemplo representativo de este tipo de obras. Para poder estudiar mejor el color azul, O’Keeffe tuvo plantadas durante un cierto tiempo en el Lake George un macizo de petunias púrpuras. La pintora, que a lo largo de su vida, considerará el color como su más importante instrumento de expresión: «El color es una de las cosas maravillosas que para mí hacen de la vida algo valioso, y como ahora reflexiono sobre la pintura, me esfuerzo en crear con el color un equivalente para el mundo, para la vida tal como yo la veo.»

Georgia O'Keeffe, Dos lirios de agua sobre rosa (Two Calla Lilies on Pink), 1928, Philadelphia Museum of Art.
Dos lirios de agua sobre rosa (Two Calla Lilies on Pink), 1928, Philadelphia Museum of Art.

En el caso de las flores, como en otros temas recurrentes de su obra, O’Keeffe establecerá series para depurar el motivo a través de cada nuevo estudio. Este concepto, al que será fiel durante toda su carrera, sugiere su proximidad al arte japonés, en el que el mismo tema se retoma siempre en nuevas variaciones y perspectivas en diferentes estaciones del año. O’Keeffe sin embargo no se sujeta un solo modo de representación. Por ejemplo en la serie de flores de arácea (Jack-in-the-Pulpit) se mueve continuamente a lo largo de seis telas sucesivas, en dirección a la abstracción. De la casi realista aunque simplificada representación de la planta no quedará en su último lienzo más que el característico estambre de la flor de arácea.

Georgia O'Keeffe, Arácea n° 2 (Jack-in-the-Pulpit II), 1930, Washington, National Gallery of Art.
Arácea n° 2 (Jack-in-the-Pulpit II), 1930, Washington, National Gallery of Art.
Georgia O'Keeffe, Jimsom Weed/White Flower N° 1, 1932, Arkansas, Georgia O’Keeffe Museum.
Jimsom Weed/White Flower N° 1, 1932, Arkansas, Georgia O’Keeffe Museum.

Rascacielos: La Nueva York de O’Keeffe.

Entre los temas cercanos a la realidad que ocupan O’Keeffe en los años veinte se encuentran sus descripciones precisas de la gran ciudad. En las formas simplificadas, reducidas a su estructura geométrica básica, en las líneas claras y en las superficies lisas y pulidas se manifiesta su conexión con el Precisionismo, introduciendo en este estilo una profunda sensibilidad femenina. El estilo sobrio de los pintores y fotógrafos estadounidenses, caracterizado por su precisión y nitidez, les conducirá al mismo tiempo a establecer paralelismos de contenido, que también se ponen de manifiesto en la obra de O’Keeffe. Las elevadas formas de los edificios que «rascan» el cielo de la gran ciudad suministran el modelo, a principios de 1925 para el cuadro Calle de Nueva York con luna, en el que los rascacielos aparecerán representados esquemáticamente a la luz tenue de una farola.

Georgia O'Keeffe, Calle de Nueva York con luna (New York Street with Moon, 1925, Madrid, Museo Thyssen Bornemisza.
Calle de Nueva York con luna (New York Street with Moon, 1925, Madrid, Museo Thyssen Bornemisza.

En el otoño de este mismo año, O’Keeffe y Stieglitz se trasladan al hotel The Shelton, acabado de construir un año antes. La magnífica vista que se contempla desde su casa incitará a la pintora a atrapar Nueva York en sus telas. Los rascacielos que escoge como objeto de sus cuadros, reflejan el modelo moderno de construcción arquitectónica que se generaliza en los años veinte, conocidos como los «roaring twenties», alrededor de la Gran Central Station. O’Keeffe muestra el edificio del Shelton desde abajo, visto a ras de suelo. Este punto de vista y el formato alargado destacarán la verticalidad del edificio. Como el arquitecto Le Corbusier señaló tan acertadamente: «Nueva York es una ciudad vertical». En Calle, Nueva York I de 1926, la compresión del espacio, que hace hincapié en cada plano de la imagen, y el close up muy cercano confiere un sentido de monumentalidad irónica a objetos ordinarios y llevan a una sublimación del paisaje urbano.

Georgia O'Keeffe, The Shelton with Sunspots, 1926, Chicago, The Art Institute; Calle, Nueva York I (Street New York I), 1926, Colección privada.
The Shelton with Sunspots, 1926, Chicago, The Art Institute; Calle, Nueva York I (Street New York I), 1926, Colección privada.

Se podría considerar los cuadros de O’Keeffe que tienen por tema la ciudad de Nueva York y su arquitectura, casi como contrapunto al resto de la obra. En la veintena larga de paisajes urbanos, pintados entre 1925 y 1930, se manifiesta una dimensión que en los restantes episodios de su obra apenas aparece: el tiempo «Su» Nueva York, es decir, el que vemos retratado en su telas, es un Nueva York atmosférico, visionario: «No se puede pintar Nueva York como es, sino más bien como uno la siente». Compartirá esta forma emocional de ver la ciudad con otros artistas, por ejemplo Truman Capote.

Georgia O'Keeffe, Radiator Building Night, New York, 1927, Colección privada.
Radiator Building Night, New York, 1927, Colección privada.

La dimensión infinita del desierto.

A partir de 1929, O’Keeffe pasaba los veranos en Nuevo México, adonde se trasladó en 1949, después de la muerte de Stieglitz, y donde transcurrió el resto de su vida. Su arte se vuelve más místico: los desérticos paisajes del Suroeste y las imponentes cadenas montañosas inspiran a la artista vistas grandiosas, mientras sigue pintando motivos florales. Al representar la dimensión infinita del desierto la artista llega a una simplificación extrema, con una técnica rigurosa que tiende a la esencia de la realidad sin renunciar por ello a los objetos. Los huesos y cráneos de animales, que aparecen aisladamente en su obra a partir de 1930, se insertan ahora en el vasto desierto mexicano: «Siempre he cogido flores allí donde las he encontrado he recogido caracolas y piedras y trozos de madera que me gustaban… De la misma forma, cuando encontré en el desierto los hermosos huesos blancos los recogí y me los llevé a casa… He pintado estos objetos para expresar lo que significan para mí la amplitud y el milagro del mundo en el que vivo.»

Georgia O'Keeffe, Días de verano (Summer Days), 1936, Nueva York, Whitney Museum of American Art.
Días de verano (Summer Days), 1936, Nueva York, Whitney Museum of American Art.

A una de las primeras representaciones del paisaje y vegetación de Nuevo México corresponde el impresionante retrato de un poderoso pino, El árbol Lawrence. Se inspira en un pino tal como se le presenta estando tumbada sobre un banco, y retiene pictóricamente el cielo repleto de estrellas que se contempla por la noche través de las ramas del pino. El observador obtiene la impresión desconcertante de un árbol a punto de caer debido a la perspectiva inusual tomada oblicuamente desde abajo.

Georgia O'Keeffe, El árbol Lawrence (The Lawrence Tree), 1929, Hartford, Wadsworth Atheneum.
El árbol Lawrence (The Lawrence Tree), 1929, Hartford, Wadsworth Atheneum.

Como ningún otro pintor hasta entonces, hizo un retrato preciso en sus lienzos de la región que, extendiéndose desde Española a Abiquiu, le era familiar en todos sus detalles y que hoy es conocida como «O’Keeffe Country». La pintora inspeccionará zonas aun más apartadas como Colinas grises, título del cuadro que realiza en 1942, con sus colinas grises rodeadas de arena blanca. Como ocurriera con sus flores, aquí las montañas ocupan el espacio total del lienzo. Así y de forma sutil, O’Keeffe juega con la apariencia singular de este paisaje en el que la clara y cristalina luz del desierto muestra la tendencia a resaltar las formas de las montañas en cada uno de sus contornos y superficies, haciéndolas parecer muy cercanas, casi tangibles.

Georgia O'Keeffe, Colinas grises (Grey Hills), 1942, San Francisco Museum of Art.
Colinas grises (Grey Hills), 1942, San Francisco Museum of Art.
Georgia O'Keeffe, Arbol muerto con colina rosa (Dead Tree with Pink Hill), 1945, The Cleveland Museum of Art.
Arbol muerto con colina rosa (Dead Tree with Pink Hill), 1945, The Cleveland Museum of Art.

El mundo visto desde el aire

Los viajes internacionales de O’Keeffe, que comienzan en 1951, culminan en 1959 con un viaje de tres meses alrededor del mundo. Sus largos vuelos constituyen el punto de partida para un nuevo tema en sus cuadros: los paisajes vistos desde el aire de ríos que transcurren por yermos terrenos desérticos. Con 71 años, O’Keeffe inaugura esta nueva serie en 1959 comenzando por rápidos bocetos a lápiz y dibujos monocromos al carbón, a los que seguirán más tarde cuadros al óleo en diferentes variaciones de color como Era rojo y rosa, Era azul y verde o Azul, negro y gris. Como ya la hiciera en otros cuadros, la pintora expresa en esta serie sus fascinación por la distorsión de la realidad. La visión desde el avión de campos de nubes que atravesaban el cielo inspira a O’Keeffe para comenzar otra serie de cuadros: «Un día cuando volvía en avión a Nuevo México, las nubes que había debajo de nosotros eran extraordinariamente hermosas, espesas y blancas. Todo parecía tan firme que podría caminar por encima de ellas hasta el horizonte si alguien me abriera la puerta. El cielo encima de ellas era de un límpido azul pálido. El panorama era tan bello que apenas podía esperar el momento de llegar a casa y ponerme a pintar.» La cuarta y al mismo tiempo última obra de esta serie, Cielo sobre nubes IV, que pintó a la edad de 77 años, es también el cuadro más grande de toda su obra (2’50m x 7m).

Georgia O'Keeffe, Era azul y verde (It Was Blue and Green), 1960, Nueva York, Whitney Museum of American Art.
Era azul y verde (It Was Blue and Green), 1960, Nueva York, Whitney Museum of American Art.
Georgia O'Keeffe, Cielo sobre nubes IV (Sky Above Clouds IV), 1965, Chicago, The Art Institute.
Cielo sobre nubes IV (Sky Above Clouds IV), 1965, Chicago, The Art Institute.

El posterior desarrollo de la pintura de Georgia O’Keeffe hacia la abstracción se efectúa de forma consecuente y en consonancia con las posiciones de su tiempo. Junto con artistas como Barnett Newman, Mark Rothko, Adolph Gottlieb y Clifford Still consiguió reunir las dos líneas que marcaban a grandes rasgos el arte norteamericano del siglo XX: por un lado, la propia dinámica de la pintura que tendía hacia los puros planos de color y, por otro lado, la tradición romántica con el sentimiento enfático hacia la naturaleza exterior y la intuición en sí misma.

Georgia O'Keeffe, Era rojo y rosa (It Was Red and Pink), 1959, Milwaukee Art Museum.
Era rojo y rosa (It Was Red and Pink), 1959, Milwaukee Art Museum.

En 1971 la vista de O’Keeffe se debilita mucho. Aunque el mundo en torno a ella se va hundiendo cada vez más en la niebla, todavía es capaz de reconocer bultos y sombras. Ella empezará a experimentar con un nuevo material, el barro. La pintora, recogerá también en acuarelas y óleos – en cuya realización es ayudada por un asistente – los colores y formas que solo puede ver perifericamente. Hamilton, su ayudante asistirá a la pintora en la preparación de publicaciones y exposiciones y con quien O’Keeffe emprenderá numerosos viajes. A los 97 años todavía disfruta oyendo fragmentos del libro de Kandinsky «De lo espiritual en el arte». La pintora muere en 1986, en Santa Fe, a la edad de 98 años. Con motivo del 100 aniversario de su nacimiento, la National Gallery de Washington rinde homenaje a su labor creativa, en 1987, con una gran exposición de sus obras que había sido proyectada en vida de la artista, con su colaboración. En 1997 se inauguró en Santa Fe, Nuevo México, un museo privado dedicado enteramente a O’Keeffe, con más de ciento veinte obras entre pinturas, acuarelas, pasteles, dibujos y esculturas, justo reconocimiento a una mujer que dedicó cincuenta años de su vida a esa tierra.


Bibliografía

Benke, Britta. Georgia O’Keeffe: Flowers in the Desert. Taschen, 2019
Barson, Tanya. O’Keeffe. Harry N. Abrams, 2016
Corn, Wanda M. Georgia O’Keeffe: Living Modern. Prestel, 2017
Collectif. La peinture américaine. Gallimard, 2002