La pintura metafísica

Un mundo onírico.

La pintura metafísica es un movimiento artístico italiano que nace en 1916 de un encuentro casual de Giorgio de Chirico con Carlo Carrà en el Hospital Militar de Ferrara. La ciudad que dió nacimiento a la prestigiosa escuela de pintura, la Escuela de Ferrara, con el Castello Estense y sus calles silenciosas, fascina a los dos artistas y les inspira las atmósferas oníricas de sus obras. Otros pintores vinculados a este movimiento son Alberto Savinio, Filippo de Pisis y Giorgio Morandi [:]

hasta su disolución hacia 1921, cuando se estaban desarrollando las nuevas tendencias de Valori Plastici. El origen y las motivaciones del movimiento son distintas en cada uno de sus representantes. Para De Chirico, griego de nacimiento, de padres italianos y de formación alemana, son elementos a la vez de cultura nórdica extra-pictórica (Nietzsche, Schopenhauer, y Weininger) y de cultura pictórica clásica y visionaria. Por otro lado, el regreso a la tradición clásica y a la pintura del Trecento y del Quattrocento italianos (Carrà desarrolló estas teorías en sus artículos publicados en la revista Valori Plastici) se convirtió en otro antecedente formal importante de la pintura metafísica; el resultado será una pintura con una atmósfera mágica y enigmática, incluyendo la firme y concreta individualidad de presencias singulares como en «El Enigma del oráculo» de 1910. Esta magia pre-surrealista caracteriza las obras realizadas en plena madurez metafísica de De Chirico, los maniquíes, (Las musas inquietantes de 1916) y los interiores «habitados» por objetos cotidianos (1915-1919) y las más tardías realizadas entre 1920 y 1930, que son la serie de los arqueólogos, los gladiadores y los muebles en el valle, que invitan a una lectura metafísica de toda la obra de De Chirico.

Las musas inquietantes, 1916, Giorgio de Chirico
Las musas inquietantes, 1916, Giorgio de Chirico (Milán, Colección privada).

Las musas inquietantes son dos maniquíes abandonados junto con otros objetos muy coloreados, en la soledad de una plaza desierta con la perspectiva muy marcada, como en una escena de teatro. Las sombras limpias y bien contrastadas parecen marcar los rayos solares con una precisión de reloj de sol, pero es imposible determinar la hora o una estación: el cielo se cierra, compacto y denso, sobre el fondo. El gran edificio es el Castillo Estense de Ferrara, antigua residencia de la familia Este, (príncipes mecenas del Renacimiento que dedicaban una particular devoción a las Musas). El poeta simbolista Gabriele d’Annunzio a definido Ferrara como la «ciudad del silencio»: De Chirico la ha convertido en una escena de inmovilidad absoluta, donde las formas, con colores limpios y esmaltados, se ordenan como las piezas de un tablero gigantesco. De Chirico ha desarrollado este tema en la serie de pinturas «Lugares de Italia», silenciosos paisajes urbanos que en parte recuerdan la pintura del Quattrocento.

Carlo Carrà y Giorgio Morandi

La obra de Carlo Carrà y Giorgio Morandi se relaciona más con una búsqueda estilística pictórica que con sugerencias culturales. Es el agotamiento del futurismo y las investigaciones que le siguen sobre la forma, lo que conducirá a Carrà a reaccionar y a volver poco a poco a la integridad del objeto, a la «poesía de las cosas ordinarias». El periodo metafísico de Carrà comienza en 1914 y se desarrolla junto con sus teorías sobre la tradición pictórica italiana, que intenta conciliar con la vanguardia. La figura del maniquí, que se yergue como un ídolo moderno y misterioso, es representado en una postura hierática. La atmósfera queda como en suspenso, cargada de significados simbólicos que pertenecen al mundo de los cuentos y de los sueños.

El ídolo hermafrodita, 1917, Carlo Carrà, Milán, colección privada
El ídolo hermafrodita, 1917, Carlo Carrà (Milán, colección privada).

El maniquí está colocado en un tipo de caja espacial desnuda donde se encuentran cuerpos geométricos. La gama cromática es muy restringida ya que se reduce a los colores verde, amarillo y azul de los paralelípidos que se encuentran en el suelo. La perspectiva lineal central queda anulada; las proporciones alteradas.

El óvalo de las apariciones, 1918, Carlo Carrà
El óvalo de las apariciones, 1918, Carlo Carrà (Roma, Galleria Nazionale d’Arte Moderna).

El maniquí, personaje recurrente en la pintura metafísica y en la literatura surrealista, hace alusión a una presencia humana, pero bajo la forma de boceto, mecánico, sin movimiento.

Giorgio Morandi llega a la forma metafísica siguiendo una lógica interna en su investigación formal, fuera de motivaciones históricas inmediatas. Los ejemplos de De Chirico y de Carrà lo hallan ya ocupado en meditar sobre la forma cezanniana y sobre la lección purista de los pintores antiguos (Giotto, Masaccio, Piero della Francesca). Si en las naturalezas muertas de 1918, la presencia de un maniquí, de una esfera, o de una escuadra, son los datos aparentes de su adhesión a la pintura metafísica, los elementos característicos de toda su obra son la geometría de las composiciones, la severidad de su paleta, y el ambiente meditativo.

Naturaleza muerta con maniquí, 1918, Giorgio Morandi
Naturaleza muerta con maniquí, 1918, Giorgio Morandi (San Petersburgo, Museo del Hermitage).

Durante un breve periodo, antes de encerrarse en el solitario mundo de la poesía, Giorgio Morandi participó en la pintura metafísica.

Alberto Savinio

Pintor, músico, novelista y poeta, Alberto Savinio, hermano de De Chirico (Andrea de Chirico) crea universos fabulosos, poblados de arquitecturas-juguete y de personajes zoomorfos. En 1910, se instala en París donde frecuenta la vanguardia artística y literaria de la época (Breton, Picasso, Apollinaire, Cendrars, Cocteau) y se da a conocer como escritor. En 1916, en Ferrara, asiste al nacimiento de la pintura metafísica. Los artículos que publica en la revista Valori Plastici hacen de él un sutil teórico de esta nueva corriente pictórica. Savinio expone por primera vez en París en 1927; a partir de este momento, desarrolla, paralelamente a su intensa actividad literaria, una actividad pictórica cercana al Surrealismo, pero en realidad, destinada sobre todo a dar forma a los dos principios fundamentales de la pintura metafísica: la «espectralidad» y la «ironía». En Savinio, los temas recurrentes son los paisajes y las figuras metamórficas como en La Anunciación, a menudo enredadas por un repertorio de imágenes que se inspiran de la Antigüedad Clásica, nunca idealizada, pero contemplada con una cierta ironía. En los años treinta, Savinio formaba parte del grupo de los «pintores italianos de París» con Tozzi, Campligi y Severini.

La Anunciación, 1932, Alberto Savinio, Milán, Civico Museo d'Arte Contemporanea
La Anunciación, 1932, Alberto Savinio
(Milán, Civico Museo d’Arte Contemporanea).

Savinio combina aquí elementos típicos del surrealismo con elementos «clásicos» de la tradición pictórica italiana, con una experimentación personal paralela a la de su hermano Giorgio. La metamorfosis es un tema recurrente en las obras de Savinio: cabezas de animales que se engarzan en cuerpos humanos, con el fin de proyectarlos hacia una dimensión onírica como una ironía grotesca. En «La Anunciación», esta sensación de irrealidad se acentua por la forma pentagonal del lienzo. Una enorme cara de rasgos clásicos representa el ángel de la Anunciación;  a la Virgen, Savinio la transforma en un monstruo con cabeza de pájaro.

Giorgio de Chirico

Plazas solitarias donde el tiempo parece haberse detenido. Únicos indicios de vida, las pequeñas banderas agitados por el viento; el castillo Estense en un mudo diálogo con las chimeneas humeantes de la nueva civilización industrial; perspectivas con numerosos puntos de fuga; relojes enigmáticos; estatuas bañadas por la luz y misteriosos maniquíes formados con herramientas de carpintero; fragmentos de estatuas clásicas, son los elementos que caracterizan la pintura metafísica de Giorgio de Chirico. Impregnado de referencias filosóficas y literarias de su Grecia natal y del simbolismo de la escuela alemana, el artista crea una dimensión que va «más allá de la naturaleza», que lo condujo a una nueva percepción de la realidad, desvelando lo maravilloso en lo cotidiano. De Chirico inventa la perspectiva metafísica «una geometría de lo absurdo donde las sombras no coinciden con la teoría de las sombras»; los fondos de escena arquitecturales no sirven para eliminar el espacio, pero asumen la función exclusiva de sugerencias mágicas. Se puede encontrar la noción de perspectiva metafísica en los cuadros Villas romanas de 1922, donde se evidencia el gusto del artista por la arqueología.

Los arqueólogos, 1927, Giorgio de Chirico
Los arqueólogos, 1927, Giorgio de Chirico,
(Roma, Galleria Nazionale d’Arte Moderna)

En París, en 1911, Giorgio de Chirico entabló amistad con Paul Valery y Guillaume Apollinaire, pero no se une ni al cubismo ni a ninguna de las vanguardias. Busca su propio lenguaje de manera autónoma, uniendo elementos de orígenes diversos que representan sus visiones oníricas como expresión del tiempo que pasa. En los cuadros realizados a partir de 1912 (La estatua se ha movido, El enigma de la hora, La gran torre), define el espacio con elementos arquitecturales que aparecen claramente como bastidores en perspectiva, vacíos e inhabitables.

La torre roja, 1913, Giorgio de Chirico, Venecia, Collection Peggy Guggenheim
La torre roja, 1913, Giorgio de Chirico (Venecia, Colección Peggy Guggenheim).

Expuesta en París en el Salón de otoño de 1913, esta composición tiene una estructura multicéntrica, marcada por las líneas divergentes sobre las cuales se alinean los arcos que cierran la plaza donde se eleva un monumento ecuestre y una torre circular.

Los cuadros sin perspectiva como los «Interiores metafísicos» están poblados de objetos descritos con un rigor minucioso: objetos corrientes ubicados en un contexto espacio-temporal que le es ajeno.

Canto de amor, 1914, Giorgio de Chirico
Canto de amor, 1914, Giorgio de Chirico,
(Nueva York, Museum of Modern Art).

Esta pintura, inspirada en una poesía de Guillaume Apollinaire, fue realizada algunos años antes del comienzo oficial de la corriente metafísica: De Chirico utilizaba ya encuentros imposibles entre objetos diversos, como el molde de la cabeza del Apolo del Belvedere y un guante de caucho. El tren que aparece a la izquierda del cuadro es un homenaje a su padre, ingeniero ferroviario.

El maniquí hace su aparición en la pintura de Giorgio de Chirico: según él, la idea se le ocurrió a causa de un personaje, el «hombre sin rostro», de una pieza de teatro de su hermano, Alberto Savinio. Construcción emblemática del hombre-autómata contemporáneo, tal como aparece en las Musas inquietantes de 1916, El gran metafísico y Héctor y Andrómaca (1917), el maniquí ofrece, desde el punto de vista de la composición, una gama interesante de recursos plásticos.

Héctor y Andrómaca, 1917, Giorgio de Chirico
Héctor y Andrómaca, 1917,
Giorgio de Chirico
(Milán, Colección privada)
El vidente, 1915, Giorgio de Chirico
El vidente, 1915, Giorgio de Chirico,
(Nueva York, The Museum of Modern Art)

De Chirico participó en la primera exposición surrealista que tuvo lugar en París en 1925, pero romperá definitivamente con los artistas de este movimiento en 1928. Más tarde, después de haber desautorizado ciertas obras suyas, continuará su búsqueda, uniendo conocimiento técnico y respeto a la tradición, así como el rechazo del arte contemporáneo. Su periodo más interesante será indiscutiblemente el período metafísico, que abre una nueva vía a la investigación y que influyó en la Nueva Objetividad y en el realismo mágico alemán, en el Novecento italiano, y también en ciertos aspectos, en los surrealistas (Magritte, Tanguy, Ernst, Dalí).